31 de mayo de 2008

y tenía un sombrero que, cotidianamente, la gente lo criticaba. Era marrón como de los años '70, los cuales los hombres solía ponerse. Puesto que la gente era para ella la nada, lo usaba con el corte más femenino. Borges una vez inventó al hombre que no podía olvidarse de nada, ella se olvidaba de alguna cosas otras no, qué cuando más fantástico el que quiere ser verosímil. Sentía mucho frío, nada le abrigaba y le preguntaba a la luna del por qué de su desatino. No comprendía la imprudencia de la injusticia, ni tampoco pretendía hacerlo, sonorificaba con un toque de gracia para no estar todo un día sin hablar le gritaba a la bola de queso para escucharse la voz por más ronca que fuera. Su gran amiga era la soledad y otro muerto de hambre que atendía en un bar, le daba dos panes duros para que sobreviviera porque bien o mal, la quería un poco. Ella lo único que necesitaba era saber si lograría escribir un poco y cometer algunas ilegalidades para mejorarse con su estado. Siempre le robaba las servilletas de la polvorienta cantina, y conservaba la lapicera de siempre, siempre siempre. Por aquellos entonces, la sociedad, el mundo y la vida misma prohibían el placer que contaba una persona al tocar con las manos a la tierra. Significaba rebajarse, ensuciarse, todo con un fin estúpido, la clandestinidad de ese acto era su prioridad, si la descubrían sería la perdición y una vida más condenada, a la que ya tenía pero cómo parar ese frenesí de oler el pasto mojado y sentir el rocío mismo acariciandole los dedos, toda la yugular, la tierra mojada y su aroma enriquecedor, cada palito verde era increíblemente desesperado y pedía ser arrancado enterrado, la tierra misma pedía ser desenterrada para depositar las manos, una herramienta tan útil ahí.

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Mis carnavales... (son canívales y amantes)