27 de enero de 2009

A veces pienso que habría que prenderle fuego algunas palabras, que realmente no son necesarias, que después dejarán un hueco vacío, que nos hace mas vulnerables, horrorizándonos para convertirnos en el resultado de la circunstacia. Entonces ya esas sílabas nos hacen esclavos, como yo de tu cuerpo, al que también prendería fuego, solo por un rato, para que esa relación persona/vacío se extinga, y por fin reine un poquito la paz, aunque el caos me sienta bastante bien como para apagarlo. Quemaría julio, ya que siempre fue un mes para lo débiles, y yo creo aportar el 75% de esos requisitos: me como las uñas y desaparezco cuando debo, por eso mismo la solución final sería farenheit 451. El fuego, que todo lo quema, que todo lo deshace para hacer ceniza, que prendido extingue y que a veces, casi siempre, deja heridas penetrantes que sin embargo no superan a las que deja la mente: otra opsión de incinerar. Mentes inconclusas, llenas de dudas, o colmadas de respuestas más duras que las preguntas, o con verdades aberrantes, con sinapsis que dan miedo, con absurdos que complacen a los que realmente lo necesitan, con bohemios, con amantes, con mentes [Las quemaría una por una] y sólo aquellos dignos de ser ignorantes serían salvados, y usted, usté, mi simpático lector se preguntará la extraña conclusión de mi cabeza y se lo remito a un par de ideas a ver:
El que abstrae las ideas, para razonarlas, el que ve los pequeños detalles y los aisla, el que razona y piensa, sufre. El que no, pues no.

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Mis carnavales... (son canívales y amantes)