Me espía. Estoy casi segura. Yo me levanto y él está tratando de adivinar qué sucederá mientras revoleo la sien, sigue mi rumbo descostillándose de la risa detrás del espejo. Ahí es donde más me da miedo: el retrato dinámico propio ya es espeluznante, si nos miramos bien ya estamos muertos, pero no para él; puedo estar tiesa y con la respiración entrecortada, luego un dolor en la yugular y el final del cadaver en el piso que conocemos todos, y aún así seguiría siendo su musa ancestral, su Dulcinea del Toboso, su acrobacia sin restricción de límites que superase el cuerpo, o ramas paralelas de tiempos. Ya intenté hacerme la muerta y no funcionó, aunque en ese momento no estaba observándome en el lugar de siempre, desde sus posiciones básicas (las cuales yo evitaba mirar para no inhivirme ante tal efecto) y sin embargo deshecha y paralisada sabía la jugada touché: si no estaba ahí, debería estar en otro lugar mejor uno seguro. Entonces al fin y al cabo yo lo perseguía y él, pituco y petitero, se dejaba escapar mientras yo era la que iba ocupando su espejo y él mi posición. Desesperada, acechándolo, es que agarraría esos pelos largos y se los tiraría hasta sacárselos y sin dolor ni morbismos dejaría su cabeza libre para que de sus poros brotase la mar y ya embriagados, nos limitásemos a dejarnos ahogar. Y si nos encontramos en las burbujas de aire, que será lo único que nos interesará, o como se ven los colores traslúcidos por el agua, llegaremos al punto donde la muerte es clochard, el aire es vendido por sprayette, una pierna pesa y se deja caer inmóvil mientras que la otra huye, una pipa no es una pipa cuando la fiebre nos gana; y en esa cúspide, en esa cornisa que divide las manos de un negro mojadas por tierra roja que le queda en los dientes (another one bites the dust) y que tarda en darse cuenta que en realidad se tragó un bicho, de mocasines y encorbes mal vistos. Entonces, ya hundidos sin posibilidad de sobrevivir con las líneas enredadas de ficción/realidad que nos terminan de matar, fallecemos y descubrimo señor lector, que no fuimos los únicos que se esconden: cuídese, lo estamos espiando.
31 de octubre de 2009
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