3 de julio de 2008

des pecho


Ese miserable charco, embarrado. Una mínima porción y tanto, te veo ahogándote y pedís mi mano, se escuchan tus gritos y súplicas. En vano, trato de no mirarte, así se me hace más fácil mi trabajo, asi todo queda en la nada, vos cesando de respiros, y yo con mi soledad pausante que quiere hacerse escuchar, hacer sonidos hasta que me doy cuenta que no es la soledad sino vos, que me seguías llamando. Un paso adelante, catorce atrás es que yo quería hacerlo pero los grandes artimoños de amoríos infames, se quiebran con toda la seriedad del mundo. Seguías con tu redial, me querías en ese momento y no como antes, que siempre decías no hacerlo y esas cuestiones que hablabas, siempre llenas de supercherías te disponías a amarme por lo bajo. Un día ya todo cambió y bueno, ahora estábamos los dos en ese cuarto en ese charco, tus chacras, hay las mías. Tus manos arañaban el piso, ya casi todo tu cuerpo se había hundido y yo, un espectador del horror todabía temblaba por la duda, dejándote morir o matándome y vivir. Tus manos se crispaban como mis ojos, llenos de lágrimas y somnoliensias espesas acechando la espera de tus último minutos. La voz, se te iba deformando y contradictoriamente deseaba que se apagase y que me gritaras desde lo alto, con agudos y graves de burbujéo. Casi todo parecía verosímil cuando entonces, me di cuenta de toda la farsa. Del charco, del cuarto, de lo miserable y de que nosotros nos encontrábamos en un bar. Te disponías a decirme algo, el punto final, era de esperarse y lentamente yo, iluso, tenía la vaga imagen de terminar de amarte, de odiarte, de que no me dejaras sino yo a vos y que en esa taberna , con esas personas yo no sea el que se ahoga.

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