5 de mayo de 2009

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Una de repente se escapa, toma el camino largo; se envuelve se mira, se toca; es raro porque había empezado un dibujo (ni siquiera sabía lo que hacía) cuando sale corriendo desesperadamente hasta llegar escaleras abajo. Escupe, ríe, piensa "poética" y vuelve a escupir. Una siempre es tan ella como se puede serlo, tan fría a veces, tan caníbal otras hasta llegar al punto del exceso, la hybris que la inquieta para definitivamente abandonar ese molde que le recubría la cara, los huesos, los ojos y, por supuesto, aquel garzo insensato.
La otra se la queda mirando; "monstruo", piensa, y ni siquiera sabe escribirlo, pero sabe que lo es. Siempre se odiaron mutuamente, polos opuestos que nunca se tocarían y eso la otra lo sabía bien (siempre lo había sabido y siempre lo iba a saber).
Desde que eran chiquitas y Una se zambullía en el barro como una fiera, y la otra con las gotitas que le habían salpicado ya la aborrecía; o cuando la obligaba a tragarse los yuyos, porque Una se hacía la enferma para falta al colegio. Sí, su relación nunca fue amor-odio, simplemente odio, la otra con la una, la una con la otra y, sin embargo, las dos estaban ahí mirándose con miradas arrogantes por parte de Una, espeluznantes por la otra.
La atmósfera hervía y en el momento más esperado,se desató una persecución: dos ménades con su propio frenesí imparable, se mordían, se herían, se rompían hasta llegar a lo más sádico de su ser, ahí donde ya el daño se lo hacían consigo mismas, la una a la una, la otra a la otra, más desgarradoras que antes, ya el punto enfermizo de querer automutilarse. La situación se quiebra, se rasga el colapso del caos; finamente cesan. No están muertas, y esa es la novedad. Y sí, si alguien no está vivo no se lo puede matar, aunque tampoco esté muerto...
es que a veces llegar a encontrarse a uno mismo resulta de lo mas violento.

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